sábado, 13 de noviembre de 2010

Alas Rotas Tercer Capítulo

Capítulo tres: Encontronazos
Abrí los ojos despacio, un aromático olor a rosa llegó hasta mis fosas nasales. Cuando pude contemplar mí alrededor, las paredes estaban pintadas de rosa y unas cortinas colgaban de una barra de madera. Un escritorio con un portátil y una pila de libros encima de ella. Me fui incorporando poco a poco, en frente de la cama quedaba tres puertas. Caminé hacia la que estaba a mi derecha y la abrí con cuidado, una habitación de tamaño medio repletas de estanterías y cajoneras. Me acerqué a mirar, todos los cajones estaban llenos de ropa y las estanterías llenas de zapatos de diferentes clases. De la pared, sobresalían barras de madera de las cuales colgaban trajes y bolsos de diferente tamaños y estilos. Aquello debería ser un vestidor, mi vestidor. Salí del vestidor y fui hacia la puerta que estaba en frente. La abrí aun con cuidado y descubrí un baño con una bañera enorme, un mueble con mármol y los grifos parecían estar bañados en oro. Salí y me volví a meter en la cama tapándome hasta la cabeza, cerré los ojos, conté hasta cincuenta y después muy despacio bajé la sábana y fui abriendo los ojos con cuidado .Todo estaba igual, por tanto, no era un sueño. Me levanté y fui a la puerta que me faltaba y que estaba frente a mí. La abrí deprisa y daba a un gran pasillo repleto de puertas. Las paredes pintadas mitad beige y mitad granate, que iba a juego con la larga alfombra del mismo color que recorría el pasillo. Camine despacio hasta llegar al final del pasillo y encontré una impetuosa escalera. Pero no acababa ahí, el pasillo seguía pero la otra parte parecía que era más pequeño, ya que a unos diez metros doblaba. Bajé deprisa las escaleras y un gran portón de madera se encontraba abierto. Salí corriendo a la calle, a lo lejos se divisaba un lago y una cancela. Un calorcillo agradable se hizo sentir en mi piel. Subí la mirada y miré el sol que me molestó en los ojos durante unos minutos pero no me importaba. Estaba absorta en todo lo que mis sentidos estaban captando y que durante más de cincuenta años no pudieron. Hasta el más mínimo detalle me parecía encantador de sentir. Cerré los ojos y me concentré en escuchar y sentirlo todo hasta el leve aletear de un insecto.
Un golpe fulminante me hizo caer al suelo abrí los ojos como platos para ver la causa. Una moto tirada en medio del camino y un hombre que se levantaba aun con el casco puesto había sido la causa. El hombre llevaba unos vaqueros rajados y una chupa de cuero. Se acercó a mí y me tendió su mano para levantarme. Hice un intento de incorporarme pero un fuerte pinchazo en la rodilla me lo impidió. El debió darse cuenta porque paso sus manos una por debajo de mi rodilla y otra por mi espalda. Me subió por las escaleras y al llegar a arribar se detuvo.
-¿Cuál es tu habitación?-preguntó aun con el casco puesto, diferencié claramente que era una voz masculina.
-Si te soy sincera no lo sé, estoy perdida en este laberinto
-Bueno pues ¿por dónde viniste?-levanté el brazo en la dirección por la que vine y el comenzó a caminar de nuevo. Esperó a que le indicara cual era mi habitación.-Te dejaré en la cama y me iré a avisar al médico para que te eche un vistazo.-Así lo hizo, me puso con sumo cuidado en la cama y se marchó sin quitarse el casco. Sin poner al descubierto su identidad.
Estuve sola durante un cuarto de hora hasta que la puerta se abrió entrando dos hombre. El que entro primero era una hombre mayor con el pelo canoso y vestía un traje de chaqueta y el otro era algo más joven aunque se le veían entradas y vestía una bata blanca hasta la rodilla la cual se apreciaba un pantalón de color marrón y en su mano derecha traía un maletín negro.
-Hola-saludó amistosamente-me han contado que has tenido un pequeño accidente veamos qué es lo que te duele. Te voy a apretar en varias zonas y tú me dices si te duele o no.-me presiono las muñecas, los tobillos la rodilla derecha y al llegar a la izquierda un sonado “Ay” se hizo sonar-Ya veo que te has dañado la rodilla, te pondré un vendaje porque no está muy inflamada si de aquí a veinticuatro o cuarenta y ocho horas se te inflama más o te duele muchísimo me llamas y te haremos radiografías para ver que va mal ¿vale?
-Está bien-me vendó la rodilla y una vez acabó metió todo lo que había sacado del maletín que traía y lo cerró-Gracias
Ambos hombre salieron por la puerta juntos hablando en voz baja, intente entender que decían pero no lo conseguí. Me quedé sola en la gran habitación sin poder moverme. Lo único que quería era salir y conocer a personas, olores, sabores, sensaciones y ahora no podría. Aguardaba la esperanza de que el chico del casco llegara a ver como estaba y me hiciera compañía. Mire a la mesilla de noche en busca de un libro o una radio pero solo encontré un pequeño calendario de hace un par de años.
El fin de semana pasó lento y aburrido. Aunque el servicio venía a arreglar la habitación y por si necesitaba algo, probé a mantener una conversación con las chicas de servicio y el mayordomo pero no sirvió de nada, me ignoraban. En ese momento, extrañé a Will, necesitaba contarle lo que me estaba pasando y aunque sabía que él ya lo debería de saber me encantaba cuando le contaba algo que ya sabía y se hacia el sorprendido.
-Te echo de menos Will-dije al aire con la esperanza de que me escuchara.
Lo bueno del fin de semana fueron las comidas. Debo admitir que al principio fue complicado, me mordía la lengua sin querer pero una vez me acostumbré fue fácil. Durante la tarde-noche del domingo, la rodilla no se hizo notar así que el lunes podría ir a la escuela y buscarlo.
Desperté de un salto, aunque me arrepentí de apoyar la pierna izquierda rápidamente ya que un pinchazo se hizo notar en la rodilla. Caminé hasta el gran vestidor que tenía. Dude entre varias camiseta hasta que me decidí por una celeste y unos vaqueros ajustados, unas cuñas celestes y un bolso del mismo color. Me duché y me vestí, deseaba bajar y conocer al resto de la familia. Me costó llegar al comedor, tuve que preguntar a varias sirvientas que reían cuando me iba. Una vez a allí, me sentí pequeña. Había una mesa con doce sillas en el centro, arriba de esta, estaba una lámpara con cristalitos colgando, una gran chimenea y esculturas de mármol adornaban la sala. Me acerqué a la mesa repleta de comida, había frutas, tostadas, bollería, zumos parecía más que el comedor de una casa el buffet libre de un hotel. En la sala solo estaba yo y sentí que era una princesa. Cogí una manzana, la mordí y la saboreé al máximo.
-¡Buenos días!-escuché detrás mía. La voz de un hombre dijo lo mismo tras la femenina. Me giré y dos señores, una mujer y un hombre, caminaban hacia la mesa. Ambos parecían actores de Hollywood. La mujer vestía un traje de chaqueta beige y una blusa burdeos y el hombre iba más informal. Ambos se sentaron en la mesa, cada uno a un extremo. Yo cogí la primera silla que tenía cerca. Me termine mi manzana en silencio...
-Disculpa a nuestro sobrino por el incidente del viernes-dijo el hombre rompiendo el silencio
-¿Estás mejor tesoro o te sigue doliendo la rodilla?-pregunto amablemente la mujer-Perdona nuestra torpeza, yo soy Marian y él es mi esposo Alejandro. Espero que te haya gustado tu cuarto y las cosas que hay en él. Si necesitas cualquier cosa nos la pides, sin vergüenza. Verás por aquí mucho a nuestro sobrino Uriel.
-¡Me marcho ya!-dijo una voz masculina. Me giré para ver el dueño de la voz ya que me resultaba familiar pero el chico ya había desaparecido.
Me levanté deprisa y salí del comedor sin despedirme para verle la cara. Llegué a la puerta, él iba montado en su moto y salía de la casa. Frustrada regresé al comedor.
-Perdonen que haya salido así-me disculpé-será mejor que vaya a preparar mi mochila.
-Está bien tesoro en cuanto estés lista me avisas-sonrió amablemente Marian-hoy te llevare yo.
Asentí y salí del gran comedor. Caminé hasta mi cuarto, pensando en el chico de la moto y con la imaginación le puse mil caras. Pero ninguna me convenció, había algo atrayente en él, algo extraño. Entré en la habitación y cogí los libros marcados en un papel con el horario que tenía. Abrí un cajón del escritorio y allí estaba la carpeta blanca la sujeté, y por un momento vacile en dejarla allí y la metí en la mochila sin pensarlo más. Me la colgué sobre un hombro y fui a avisar a Marian para marcharnos. Esperé una par de minutos delante de la puerta hasta que ella se acercó sonriente.
-¿Lista para tu primer día de clases?-sonreí a Marian, no imaginaba que de razón tenía en lo de primer día de clases. Deseaba encajar en aquel ambiente.-Seguro que haces amigos y además ¡me gusta cómo vas!
-Gracias-dije sonrojada. Deseaba llegar ya, quería conocer gente.- ¿Nos vamos?
-Claro, veo que tienes ganas de llegar. Pues vamos al coche-Nos abrieron la puerta y el BMV (Serie 3 Cabrio) blanco esperaba frente a nosotras. Marian se apresuró a montarse en el asiento del piloto.- ¡Vamos móntate!
-Claro-corrí hacia el asiento del copiloto. Marian puso la radio y aceleró, saliendo como una bala de la propiedad. Una vez en la carretera fue más lenta. Llegamos a una cancela de hierro forjada con una casetilla de guardia en la cual había un hombre de metro noventa y seis, bastante corpulento y de complexión atlética. Llevaba unas gafas negras y un pinganillo en la oreja. Marian lo saludó con confianza y este presionó un botón haciendo que los portones de metal se abrieran dejando ver un camino de piedras con grandes árboles. A medida que nos acercábamos se dejaba ver un edificio con varias plantas, diría yo, a los extremos dos torreones, el tejado era negro y la fachada de un intenso gris que le daba aspecto de antiguo aunque cuidado. Conforme más nos acercábamos más impresionantes era. Quedé tan prendada por el lugar que ni me di cuenta cuando Marian aparcó.- ¿Este es mi instituto?-pregunté aun impresionada.
-¡Sí!-abrió su puerta y bajo con mucha elegancia del coche-No pensarías que irías a uno público ¿no?
-Sinceramente. Si-por lo menos no sería misión imposible integrarme con lo más cool de este lugar. Nada más en el aparcamiento se podían apreciar coches de alta gama no asequibles para todo el mundo. Caminamos despacio yo observaba todo pero algo llamo especialmente mi atención. La moto que me había atropellado hacia unos días estaba allí por tanto su dueño también-Uriel... ¿Estudia aquí?
-Bueno estudiar no diría yo, más bien pasa el rato.-Durante el resto del camino hasta las puertas, lo hicimos en silencio. Una imponente puerta abierta completamente daba paso al interior del edifico y sobre esta unas letras en la que se podía leer: “Colegio Santiago Servillos”. Solo el nombre me provocó un escalofrío.-Aquí nos separamos he de ir a hablar con la directora ¿tienes tu horario?
-Sí, gracias por todo.-Yo me quedé allí un par de minutos mientras ella se adentraba en el edificio. Respiré hondo y entré sin pensármelos dos veces.-Allá vamos
Miré como tantos chicos como chicas parecían sacados de revistas, una chica llamo mi atención. Estaba sola, sentada en la escalera y con una bolsa de gusanitos en la mano. Cogía de uno en uno y se los comía tímidamente. Me acerqué a ella con cuidado y me senté a su lado.
-¡Hola!-saludé sonriendo-Soy nueva y estoy perdida
-¡Hola!-dijo extrañada, pero antes se aseguró de que hablaba con ella y miró a sus lados-Se nota que eres nueva.
-¿Por qué?-pregunté algo confusa. Solo quería caerle bien y me decía aquello.
-Si no fueras nueva no hablarías conmigo, te lo aseguro-su tono se volvió triste y apagado
-Pero si eres una persona...además pareces simpática-sonrió tímidamente- acaso que seas un ser de otro planeta no veo por qué no he de hablar contigo.
-Eres muy simpática, pero si te ven conmigo te harán la vida imposible y todo por mi culpa.
-Tranquila que me se defender y ¿quién me va a querer hacer daño?
-Las divas-cogió aire y respiró profundamente- nada más llegar le pise su Barbie favorita, eso fue creo recordar en parvulario y hasta ahora se ha asegurado de marginarme.
-Yo seré tu amiga pero ¿me puedes decir dónde está la clase de Historia Contemporánea?
-Claro te acompaño-nos levantamos y caminamos hacia la clase. No paró de comer sus gusanitos y me confesó que eran su vicio. Parecía muy simpática y agradable-esta es-pronunció señalando la clase
-Gracias...-no nos habíamos dicho los nombres y yo mes sentí mal por no preguntárselo pero a estas alturas me sabia fatal preguntarle por el nombre.
-Salma-dijo, parecía haberse dado cuanta ella también de que no sabíamos los respectivos nombres-Me llamo Salma
-Yo soy Liria. Nos vemos en el intercambio ¿vale?- asintió y se marchó contenta.
Un chico bloqueaba la puerta impidiéndome el paso un par de veces pero parecía sordo. Tuve un poco de paciencia y esperé a que se apartara pero no lo hizo. Lo extraño es que esa espalda se me hacía conocida por alguna extraña razón.
-Disculpe ¿me permite pasar?-volví a insistir. Viendo que me ignoraba le di unos toque con el dedo y él se giró, sujetándome la muñeca. Al ver su rostro me quedé petrificada. Todo alrededor desapareció, solo estábamos él y yo. Unas imágenes enturbiaron mi mente hasta que fui capaz de hablar de nuevo-Me permitiría pasar por favor-dije entre palabras entrecortadas por la impresión.
-Pasa pero ¡no te a costumbres!-me soltó la muñeca y avancé-y ni se te ocurra volver a tocarme.
Caminé hasta el sitio que quedaba libre ya que todos estaban ocupados. Me senté aun impresionada. Saque el libro de Historia Contemporánea al ver profesor entrar.
-¡Buenos días!-saludó. Un hombre de pelo canoso y con notables entradas entró. Era delgado y parecía un poco despistado ya que buscó durante unos quince minutos las gafas hasta que se dio cuenta que las llevabas puesta.-Pasaré lista pero mientras iros a la página cincuenta y ocho, empezaremos por el tema seis.-Fue nombrado unos por uno-Uriel Sangruno Cerdeña
-Aquí estoy como siempre...-contestó en tono despectivo el chico de mis pesadillas que ahora vería diariamente en la escuela.
Escuché mi nombre y levanté la mano. La clase se me hizo pesada y opte por evadirme y pensar en cómo haría para acercarme a él sin levantar sospecha ni parecer una acosadora.
¡¡Uriel era el sobrino de Marian y Alejandro!! Así que mi ilusión de caerle bien a ese chico y tener respaldo para enfrentarme a la situación se desvaneció tras saber aquello.
La imagen de su moto me vino fugazmente a la cabeza. ¿Me reconocería? Deseaba que no, me gustaría que hubiera tenido amnesia al menos en aquel momento.

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