martes, 1 de marzo de 2011

Caída desde la montaña...

Solo había bastado una mirada aquella tarde de marzo en el parque. Ella iba caminando con sus amigas y el paseaba a su “Chuchi” un pequeño Pequinés cruzado con Pomerania que su madre recogió de un albergue hacía unos seis meses.
Mario la miró y sintió que su cuerpo se estremecía ante su mirada. Ambos se negaban a dejar de mirar al otro, era imposible hacerlo.
Claudia siguió yendo al parque a la misma hora todos los días, puntual acudía él a encontrarse con ella. Ninguno decía una palabra pero sus miradas los decían todo. Quedaron a menudo y poco a poco se hicieron novios.
No se veían todo los que él gustaría. Mario acostumbraba a llamarla en cuanto salía de trabajar por la noche. Claudia esperaba inquieta siempre esa llamada perdida.
Se removió inquieta, no podía dormir. De pronto el teléfono sonó. Sería él. Miró el reloj: las cuatro de la mañana. Escuchó a su madre cogerlo y un minuto después llamarla. Claudia miró a su madre, sentada en la silla junto al teléfono y con la cara pálida, le paso el teléfono. Temblorosa  Claudia se lo acercó a la oreja. Se derrumbó en el momento en que escuchó la palabra: accidente. El teléfono se resbaló de su mano y cayó estrepitosamente al suelo. Caminó a paso rápido a su habitación, miró el móvil con la esperanza de ver esa llamada perdida pero no había nada. Marcó su número una y otra y otra vez pero saltaba el buzón.
Su madre entró en la habitación, la observó.
Una dolor le desgarraba por dentro, sintió el corazón parar de latir y quiso ir tras él, a su casa y despertarlo temprano, él se haría de rogar pero al final se levantaría de la cama. La miraría y exclamaría: ¿No duermes? Y sonreiría.
Claudia no podía creer que él ya no fuese a pasear con ella de la mano, no le diese ese beso en la mejilla delante de sus padres que después en la intimidad sería apasionado. No podía creer que la caja de manera que tenía delante fuera él, que las cenizas que se guardaban en una urna fuera la persona que más había querido.
Con él ella había escalado una montaña hasta tocar las nubes y ahora había caído a una velocidad de vértigo hacia el suelo, sin nada que amortiguara la caída.

El dolor no se iba, pero la fotografía que estaba en su corcho, en la que él sonreía la hacía seguir adelante. De vez en cuando salía e inconscientemente llegaba al parque donde se conocieron, donde sus miradas chocaron una tarde de marzo. El dolor también volvía noche tras noche cuando con desesperación buscaba esa llamada perdida en su móvil que nunca había. Un mensaje que el cual terminará con un te quiero o simplemente fotos que llenaran su corcho con la sonrisa de Mario. 

2 comentarios:

  1. La histotia es preciosa, aunque me a dado una pena que haya acabado asi U.U

    besotes!!
    PD:Tienes premio en mi blog

    ResponderEliminar